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La piel enrojecida.

  • Foto del escritor: F.J  Lorenzana
    F.J Lorenzana
  • 29 oct 2018
  • 1 Min. de lectura

La adrenalina recorría por todo su cuerpo cada vez que con ella se cruzaba, sonaban las puertas del bloque que se cerraban de madrugada, un ajetreo por sus tacones y sus risas desconcertaban. Él a menudo se asomaba corriendo a ver si en el pasillo la pillaba, a veces para su suerte ella le sonreía, con la puerta entreabierta y la ropa recién quitada. Después de varios meses de esos juegos de miradas, en la cima del silencio, en la cúspide se encontraban. Sonreían bromeando y unas manos con sigilo se acercaban, deslizándose por su espalda, su piel enrojecida por cosquillas que se aguanta. No hay casualidad sin causa, y si un juego de miradas, ni nada ni nadie podía calmar sus ansias, preguntas y respuestas que se silenciaban, por mordidas en los labios que no apaciguaban. Su piel lucía desnuda, aún enrojecida por los roces desmesurados, se podía percibir su corazón latente como retumbaba sobre su pecho descubierto tumbada sobre la cama. Así pues y sin mediar palabra, sus cuerpos fingieron no conocerse y a la vez iban vistiéndose sus miradas, sobraban más que nunca las palabras, ella no dejaba de mirar su reloj, y él con sus deseos de que pronto por el pasillo se cruzaran.


 
 
 

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