Y yo que pensaba que ella era de piedra ahora va y saca todos sus cuchillos.
No es la misma de ayer, la que me animaba, me admiraba y todo me complacÃa, la misma sonrisa de siempre que me esperaba hasta tarde tumbada en la salita. Tardaba poco en arreglarse, ella era tan sencilla, apenas salÃamos juntos y yo me enfada siempre que ella salÃa. Se me olvidó que le encantaba, que le pidiese al oÃdo una ducha juntos con su canción preferida. Se me olvidó besar, con besos atrevidos, decirle que guapa iba, desnudarnos en la cocina y acabar encima uno del otro sin importar quien nos escucharÃa. Se me olvidó querer, ni detalles, ni caricias en la cama y ni polvos de maravilla. No me di cuenta de las mantas sobre su cámara de fotos preferida, de que podÃan doler mis risas con otras, mis entradas y salidas. No han pasado ni cuarenta segundos y ya me siento arrepentido, de no haber sabido apreciar cómo se ha portado estos 2920 dÃas conmigo. Le digo lo que nunca he dicho, que la quiero, que me perdone, un cambio prometido y que haremos un viaje para solucionar lo ocurrido.
Entre lágrimas me dice que se va, que no aguanta más, que su tiempo ha perdido, que es joven y fuerte y aprenderá de lo vivido.
Siento un gran vació, apuñalado, tocado y hundido. Acabo de darme cuenta que el silencio de la chica de piedra ha sido su mayor grito.