En una calle sin importancia, en una esquina cualquiera, ando perdido buscando un bar donde alguien me espera, jamás lo he visto antes, a mi alrededor la gente pasea, el tráfico no cesa, me acompaña una curiosa carpeta, y como es habitual mi camisa vaquera, desorientado en la calle contemplo un toque de primavera, no se ven abrigos y si ventanas abiertas, el sol ilumina la calle y los pasos de cebra se llenan. Tras reanudar la búsqueda, mi móvil me confiesa, que a más de 500 metros esta el lugar donde se situa ella. Por fin estoy llegando, y mi coche encaja, como pieza de puzzle delante de donde se encuentra, la misma sonrisa de siempre, bonita silueta, la chica de pelo negro en la puerta espera. Pasamos rápido hacia dentro, no es un lugar cualquiera, me impresionan sus aromas, decoración y su toque de madera, justo detrás de nosotros pasa el camarero, con un pedazo de tarta que nos deja un rastro a canela, nos sentamos en un rincón discreto, refugio de calma para cualquiera, un poco de bullicio por amigas que se reencuentran, no me gusta el café solo, por eso lo disfruto con ella,uno manchado y otro, descafeinado que no quema, ambos con espuma ¡ delicioso placer en la boca nos queda!. El café es la excusa para contarnos nuestras historietas, se habla de todo un poco, hasta de flamenco, piano y poetas. Café en su mirada y las anécdotas que me cuenta, ya no queda café ni espuma, pero las palabras no cesan, cálido brillo en sus ojos negros refleja, se nos hace tarde, como siempre,últimos en el bar nos quedan, a veces sobran las palabras, como el poso del café que en el fondo siempre queda.
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